Opinión

Monedero y los mariachis

A Monedero la Complutense le ha dado boleto por presunto sobón y él ha escrito un tuit criticando al periodismo por decir "mentiras". Ya no da clases pero da lecciones. Nos aclara que está de baja, que nadie lo ha echado. Cuando en realidad, salvo a los muy cafeteros del Twitter, Monedero ya no tiene que aclarar nada porque importa poco, él, influye nada y si no fuera por Errejón sería el máster de la hipocresía. Es un lastre para Podemos. Suele pasar al final con los ideólogos.

Siempre con la presunción de inocencia, claro. Y en la creencia de que seguramente los suyos serían comportamientos no adecuados y poco éticos y edificantes aunque no punibles penalmente. O sí. Vaya usted a saber. Vaya. Las denuncias se suceden.

Escribir sobre Monedero es arriesgarte a que nadie te lea a no ser que pongas un título acorde a las descalificaciones que un sector faltón de la derecha le suele dedicar. Monedero no ha conseguido ni imponer la moda de las gafas redondas, ni sus tesis en Podemos pero sí ha callado a lo largo de su carrera a mucho bocachancla y nos ha hecho disfrutar dándole zascas a no pocos pseudoperiodistas. Trajo algo de aire fresco pero su colaboración amplia con Maduro y algunos negocios le despojan de prestigio o de carácter ejemplificante. Tiene dichas cosas que nadie con sentido común puede compartir.

Monedero es uno de ese grupito de profesores de Políticas que un día montaron un partido para asaltar los cielos, ganar un escaño, codearse con pijas y llamar casta a lo que ellos querían ser. Ligaban menos que la ginebra mala y de pronto no supieron gestionar la admiración. De las mujeres, especialmente. Lo suyo ha sido una historia de éxito colectivo (fundar un partido y hacerlo imprescindible durante un tiempo) trufado de fracaso –miseria– personal, hipocresía, chaletazos, fiestones y ganas de azotar en el culo a presentadoras. El balance es reguleras. No han pasado a la historia aún. Han pasado de enseñar a Gramsci a tener que enseñar el teléfono. Y los mensajes.

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